Casi nos volvemos locos con su llegada. Un buen amigo nos los dejó sobre el parabrisas del coche, bien empaquetaditos y sin ninguna nota; eso si, tapados con un papel sacado de la basura que regañaba a un señor en el año 2005 por aparcar en una plaza que no era suya. Después de comernos la cabeza un buen rato y llegar a la conclusión de que el papel nada tenía que ver con los pingüinos, los bautizamos cómo no podía ser de otra manera: Al y Berta, en honor de quién los hizo llegar a nuestra familia.
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